sábado, 25 de abril de 2020

Vecino




Por Denise Audrito


Mientras se me pasan las horas escribiendo notas e informes, el otoño me llama desde la ventana. Y desde hace unos días, desde que comenzó la cuarentena, como un alfil me acompaña el vecino de enfrente. A Don José su mujer lo ayuda a salir a la vereda, a sentarse en el alféizar. Se queda horas apoyado en la persiana -siempre baja- de una casa que nunca conocí. El hombre, creo antes dedicado a los números y al campo, hace tiempo tiene algunos problemas de movilidad.

Acaso cuando pudo comenzar a dormir bien porque dejó de abrir la ruidosa cervecería del lado, apareció el insomnio general por el  COVID 19.
Hoy lleva toda la mañana ahí. Y eso que empezó a hacer frío. De tanto en tanto, lo veo acomodarse la boina y mover la cabeza en dirección a las copas de los árboles. Ayer una bandada de loros dio un inusitado espectáculo en el barrio. En lo que fue una de las arterias más transitadas de la ciudad, el silencio se acurruca entre las hojas que nadie pisa ni barre.   

No hay caminantes ni colectivos. Uno trata de hacerse a la idea de que  tanta desolación implica ni más ni menos que cuidado. Pero perturba. ¿Le dolerá a José?, ¿qué pensará?. Nunca hemos intercambiado más que un saludo. 

Sonriente, siempre suele bromear sobre fútbol con mi marido y mis hijos.
Empiezo a extrañar las conversaciones cara a cara que nunca tuve. Pasa una persona, mirando para abajo, con unas bolsas del super. Parece una bobada en medio de la pandemia, pero lo que más me impacta, lo que me trae todas las películas apocalípticas y de terror a la cabeza, son los barbijos.

Espantosa palabra: tapabocas. Me cuesta ponerme a hacerlos, cosí algunos, bien coloridos, como para transitar y superar el rechazo. Pero me dan tanta pena. Tanta idea de fragilidad humana. ¿qué hicimos?. ¿Cómo llegamos acá?.
Me duele lo simbólico: que nos tapen la boca, nos filtren las palabras, nos frenen los gritos, exclamaciones, carcajadas. Escucho “mascarillas” y siento escozor. Justo ahora que nos hacen tanta falta esas sonrisas cómplices!.
Por suerte está José, firme en la ventana. Y los árboles susurrando la importancia de soltar, sin miedo. La vida parece haberse detenido para que por fin la observemos. Gracias vecino. Nos quedan las miradas.





No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Jueves 07 de mayo

  Por Patricia  Ceppa Sali a caminar, sintiéndome un poco transgresora, y nuestro parque, un sábado precioso de otoño a las 4 de la tard...