martes, 21 de abril de 2020

Bitácora de los anillos – Transmedia y cuarentena fase 3.


Por Claudio Asaad

Hoy los vi, otra vez, brillando menos desde el fondo del vaso de barro. Son cinco, de plata y los tuve puestos hasta el 19 de marzo. Esa noche me saqué los anillos para amasar pizzas. Era el cumpleaños de mi amigo Iván. El encuentro con amigxs estaba previsto para el viernes a la noche.  Pero la restricción de estar juntxs y el silencio ocuparon la casa. Nos sentamxs Iván y yo solxs a cenar diciendo de a ratos un par de palabras, a brindar con más cariño que algarabía. La cena duro una hora. El miedo, al revés que en la canción de Marilina Ross entró por la ventana, las pantallas, el ojo ciego de la cerradura. Mi casa estuvo desde ese día sola conmigo. La luz del otoño por bella y delicada, empezó a trepar más tarde cada vez, sobre el borde sombrío de los objetos hasta volver casi invisible el rostro calmo del libro de Memorias de Patti Smith: “El tiempo antaño se movía en círculos concéntricos”

Los anillos son cinco. Se fueron sumando de a uno, con el paso de los años. Son ofrendas, entregas ligadas al cuerpo, casi para siempre. El amor no se termina ni muere, un día se va. O se parte al medio por una caída causada por el cansancio. Un punto de clivaje en la desmesura de la vida. Tengo las manos desnudas, agotadas de tanta agua y espuma.

El ahogo es uno de los síntomas posibles si el virus viajó, en plan pirata, de la mano pasando por la boca hasta los pulmones para fundar ahí una colonia. Para colonizar, antes hay que atacar, como en el arrebato que sufre Lol en la novela de Duras, el cuerpo se disuelve, en la enfermedad, antes de poder sostenerse a sí mismo.

Madrid está desierta como acá, lo sé porque la radio está encendida y Pablo Alborán canta a la ausencia en plena pandemia: “sabré que hay cura cuando estés aquí”.

 A escasa distancia el mate que supongo ya tibio, no encuentra la mano que lo alcance, espero un gesto propio. Trato de recordar cómo encontrarme. Un arrebato en la secuencia del tiempo, su quiebre, una caja sin memoria del contenido que tuvo antes de evaporarse me deja otra vez arrinconado, por eso me muevo a favor de la luz de la tarde en busca del fresno que se ve desde el balcón de la terraza. Mi casa, vieja tiene terraza y en la terraza un balcón. El fresno cambio los últimos verdes al amarillo intenso, el ocre a un madurado marrón, ¿o es la luz que baja rojiza y melancólica desde el oeste y hasta acá coloreando desde la mitad la copa de los árboles?

Cada anillo encontró su lugar, a su tiempo. Son cinco como si fueran tres, dos encimados en una mano, otros dos en la otra. En otro dedo el más ancho. O ya no sé, cuando algo cambia por algún tiempo mayor a una semana, se empieza a desdibujar. El tiempo no es una secuencia, no se cuenta, se ha plegado sobre si y abunda, a veces y otras veces mancha la noche con el día.
Me duermo. Sueño que leo un guion de un trasmedia, pero me distrae una música muy conocida, la voz de Fairuz, una  grabación en vivo en el  templo de Jupiter, en Baalbek. El disco no deja de sonar en una casa que no conozco. Igual me levanto de la silla decidido a buscar a mi papá para pedirle que baje el volumen. No lo encuentro, llego hasta la puerta, abro y estoy en la vereda de mi casa. Pero, no sé qué hago ahí, me despierto con un brazo adormecido, la culpa de haber salido sin barbijo y con el eco de una música que despierto, ya no puedo recordar.

¿Para qué narrar? Para recordar y olvidar a la vez, capaz. Busco artículos, leo filósofos y libres pensadores, analistas de la realidad, educadores, Mariana Enríquez y Paul Preciado otra vez.

¿Por qué siento que hay algo que hacer y no hago?, ¿Cuál es la falta que llena el tiempo blanco, empaña los aromas de la cocina, obliga a repetir, “estoy bien, no puedo quejarme”, “comparado con...” “ya pasará”, hay una frase para cada cuerpo, para lo propio desapropiado?
 Busco entre los libros, encuentro un poema de Circe Maia: “Así vi arder la hora frente a mí. Ardía sin quemarse, quemándome”.
Algo haré esta noche con esa espinaca que se quema de frío en la heladera.

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