lunes, 27 de abril de 2020

¿El Tiempo se Pierde?


Por Carmiña Verde

Desde hace un mes y medio que compartimos el #yomequedoencasa…qué es quedarse en casa, es para todes lo mismo. Obviamente que no, por eso les cuento un poquito quién comenzó a tener mayor protagonismo en nuestra casa.
Siempre estuvo e incluso nos ocupábamos que apareciera, pero la cotidianeidad de los tiempos pautados se encargaba de interrumpir su protagonismo. 
¡Y ahora! La que se vio interrumpida fue la cotidianeidad, y entonces ¿Qué paso?...“¡Acá Taaaá!!!”, cómo una mamá le dice a su bebé cuando se tapa la cara y el bebé responde con una gran sonrisa al reencontrarse con la mirada de su mami que aparece detrás de sus manos.

Acá apareció el “Juego”, la casa se múltiplico de casas…
Ya teníamos una casa de madera, pero en estos días, recibió la visita de dos pequeños grandes pintores, que se encargaron de llenarla de colores, dibujos y garabatos. Esto no alcanzó y llegó a nuestra galería otra casa que construimos con telas viejas y una cama elástica que hacía tiempo dormía a un costado del patio, y así tenemos a “Elasticasa”. Ah!!! Pero el más pequeño de la familia se creó su propia casita porque compartir no es tarea fácil, y la casa de cartón es a veces una cucha de un gatito o una nave espacial que hay que armar con tornillos y tuercas para que logre volar.

Las casas se transforman, son escuela, son naves, son casas de amigos… son todo aquello que de un día para el otro parece que se ha ido. Y a pesar de sentir que el COVID 19 nos domina, en estas casitas no puede entrar, porque hasta claves tienen y si entra, acá es dominado por sus dueños.

En estas escenas comenzaron a aparecer otros personajes, que desde la virtualidad, se suman a jugar, así los abuelos, los tíos pueden entrar a esta dimensión. Pero como todo juego también hay reglas y es necesario escribir una frase que después será transcripta en papel y pegada para que quede la huella de quién se animo a entrar y jugar entendiendo que jugando el tiempo se pierde…

Así es…acá el tiempo se pierde en la posibilidad de crear, de soñar y de vivir…y de enseñarnos que “a jugar” siempre aprendemos.




Estamos hechos de historias.


Por Ana Karen Grünig

Estamos hechos de historias, conversamos alguna vez con colegas, compañeras, amigas. En aquel tiempo creo que no sabía muy bien de qué hablábamos, pero por algún motivo me quedé pensando allí, en el por qué son tan importantes las historias que nos contamos. 
Ahora, en el silencio de la siesta de un domingo, que podría ser cualquiera en esta cuarentena, me resuenan historias… 

Recuerdo las que me contaba mi abuela sobre su infancia en el campo y el sonido de cadenas que los espíritus de los ranqueles no los dejaban dormir en la noche… ¡Cuánto miedo me daba y que valiente me parecía mi abuela!  Se entromete por ahí, esa imagen del sauce llorón tan verde y dorado que miraba cuando era bebé, aunque a decir verdad, no sé si es un recuerdo o simplemente es una imagen que me inventé de tantas veces que mi mamá me contó que bajo el sauce, yo me reía. Y esas historias de la noche anterior que nos contábamos con mis amigas en la adolescencia (y no tan adolescencia)… historias de ilusiones, de deseos, de descubrimientos…

Días atrás, lejos de imaginar que estaba aterrizando una pandemia, fuimos con Denise al archivo histórico de Río Cuarto a conversar con su director. Queríamos buscar historias y narradores de nuestra ciudad. Y sin querer, encontré también algunos relatos sobre mis abuelos. Ese día me sedujo tanto la idea de construir una memoria colectiva, porque entendí que en las historias de los otros también está la mía. 

Miro a Fran, tan inocente habitando su niñez, y repaso las historias que ella nos cuenta a diario a su papá y a mí… es una gran narradora, pienso.  Y en la vida que va narrando, la suya, de repente me reconozco en ella, y la integro en la mía. 

Estoy en casa, ellos duermen y yo siento cada movimiento que hace Gael en mi panza. Falta poco, advierto. Y aparecen los miedos, las ansiedades, las ilusiones… y claro, irrumpen también cuanta historia de madres y embarazos pueda haber oído durante toda mi vida. Y acá estoy, en una parte de mi relato que a veces quisiera no contar, todavía, como para estar a tiempo de darle un tono más romántico. Esta calma tan verdadera y mentirosa al mismo tiempo no es lo que me imaginaba. Cambio de planes, o cambiar en no hacer tantos planes. Estoy parada sobre un punto de giro, siento. Sigo hacia adelante, afirmando que de la mano de mi compañero es mejor, que sus historias también me animan, y que ahora él es un personaje principal en la mía.

Ups! Creo que me estoy excediendo. ¿Alguna vez es demasiado el narrar la vida?, pregunto. ¿Así serán los poetas? ¿Así será la música? No importa. Quiero registrar este devenir sin pausa y contarlo, concluyo. Porque compartir las historias que vamos decidiendo habitar es también un acto político. Estamos hechos de historias que nos atraviesan, que dejamos entrar, que creamos en el encuentro con otros. Y sobre todo, podemos desear nuevas historias de las que queremos hacernos, me digo. Acá estoy, acá sigo, mirándome en la mirada de los otros, intentando atrapar  nuevas formas del afecto, buscando el encuentro con tantos otros posibles para continuar contando nuestras historias.





¿Dónde está el arte en tiempos de pandemia en nuestra ciudad?


Por Lorena Montbrun


El recorte tal vez pueda resultar demasiado acotado, porque el aislamiento social está presente en todo nuestro país, inclusive en casi todos los lugares del mundo. A través de las pantallas se pueden ver distintas manifestaciones artísticas, solistas y violines en pretéritos balcones europeos o famosas plazas históricas en donde el virus rebasó antes. Una melodía con acento español que siempre conmueve, pero esta vez no son versos de desplantes de amor, son estrofas para homenajear a esos “puñado de valientes que hoy tampoco dormirán”.

Pero qué pasa en lugares más cercanos. Ya no se ven las niñas entrando con sus tutus a la escuela de danzas cercana a casa, ni se escuchan los ensayos de la clase de percusión del colegio Santa Eufrasia. En las primeras semanas invadía un silencio que aturdía en las calles de nuestra ciudad, sensaciones de incertidumbre y angustia, un momento paralizante.  Anuncios como “REPROGRAMADO” o  “suspendido hasta próximo aviso para minimizar riesgo sanitario” invaden los portales.
Y luego, tal lo esperado, como una necesidad profunda de expresión, comenzaron a aparecer intervenciones artísticas en escenarios plagados de bytes más que de tarimas y butacas. Encontrar "Hallelujah" de Leonard Cohen, interpretada por Vero y Julián permite dar una pausa en el vertiginoso andar por las redes sociales. Un fragmento del  “Pa´l Cahilo dormido” de Don Ata vocalizada por el coro provincial nos transporta a otros lugares lejos de noticias plagadas de números y estadísticas luctuosas.
A las nueve de la noche cuando comienzan los aplausos para homenajear los trabajadores de la salud, un vecino más adiestrado y provisto de tecnología, decide iluminar la cúpula del palacio municipal de nuestra ciudad con imágenes que nos atinan con ideas de unión y de patria.

Los espacios de gestión deciden reproducir los espectáculos archivados a través de canales de YouTube y artistas independientes convocan a hacer un “vivo” por Instagram o Facebook. En los espacios culturales físicos quedaron vacías las butacas y camarines, carteleras desiertas, escenografías solitarias, cuadros colgados en galería de arte llenándose de polvo, esperando la mirada de algún aficionado inquieto. En tiempos de virus y aislamiento social no podemos ir a una muestra de fotografía, ni al estreno de una película o emocionarnos en una obra de teatro. Más como espectadora que protagonista, disfruto con mi bata puesta, cada una de las manifestaciones artísticas que “me encuentran” y me sosiega saber que seguramente en muchos hogares hay cuerdas, teclas, colores, pinceles, arcilla, voces, luces, cuerpos, movimientos, personajes, palabras, frases, sonetos, artistas que se manifiestan sin la espera necesaria de un espectador, sino como una experiencia única e inédita de expresión y arte en tiempos de pandemia.

domingo, 26 de abril de 2020

Pandemia y Después?



Por Patricia Ceppa

Anoche, cuando no podía conciliar el sueño, algo que se ha vuelto habitual por estos días, pensaba que hay cosas que pasan, como el otoño, como las horas, los días y hay cosas que NOS pasan. Para nuestro asombro, sorpresa, horror y resignación el Covid 19 nos pasa, nos está pasando...nos golpea, nos trastorna, nos atraviesa, nos sobrevuela, nos amenaza....son tantas las sensaciones que nos provoca que cuesta identificarlas y hasta nombrarlas. 

Hay algo en el ambiente, que nos envuelve y nos inquieta. Mientras daba vueltas en mi cama pensaba también que ese lugar común y esa frase hecha que circula en estos días: " el enemigo invisible", adquiere sentido cuando en las mañanas sentada en mi patio observo el césped, los árboles poblados, más que nunca, de pájaros, las plantas llenas de flores que parecen haber esperado al otoño para florecer y demostrar que ellas también resisten y se rebelan un poco, cómo para hacernos sentir que todo está bien a pesar de...y entonces  pienso como puede ser que algo esté tan mal allá afuera si todo se ve tan "normal". Sin embargo los números tan fríos e implacables de las estadísticas nos aterrizan abruptamente en esta realidad que nos toca y el enemigo invisible de pronto se torna corpóreo y tan presente que no se puede eludir. 

Nunca, nunca imaginé vivir algo semejante y de pronto me doy cuenta que no me resultó tan difícil entrar en esta locura  y dejarme arrastrar a la cuarentena, al aislamiento y a la distancia social, al uso de alcohol en gel y de barbijos; la duda, la incertidumbre, lo que me inquieta es intentar vislumbrar el como y el cuando saldremos de esto, y cuando al fin la logremos cómo seremos? 
Cómo será nuestra vida post pandemia? . Necesito recuperar cierta "normalidad" pero por sobre todo quiero recuperar el abrazo, el beso, el compartir. Ya no tener que poner distancia con los afectos. 

Será que la vida como la conocimos hasta hace un par de meses ya no será nunca más??







sábado, 25 de abril de 2020

Vecino




Por Denise Audrito


Mientras se me pasan las horas escribiendo notas e informes, el otoño me llama desde la ventana. Y desde hace unos días, desde que comenzó la cuarentena, como un alfil me acompaña el vecino de enfrente. A Don José su mujer lo ayuda a salir a la vereda, a sentarse en el alféizar. Se queda horas apoyado en la persiana -siempre baja- de una casa que nunca conocí. El hombre, creo antes dedicado a los números y al campo, hace tiempo tiene algunos problemas de movilidad.

Acaso cuando pudo comenzar a dormir bien porque dejó de abrir la ruidosa cervecería del lado, apareció el insomnio general por el  COVID 19.
Hoy lleva toda la mañana ahí. Y eso que empezó a hacer frío. De tanto en tanto, lo veo acomodarse la boina y mover la cabeza en dirección a las copas de los árboles. Ayer una bandada de loros dio un inusitado espectáculo en el barrio. En lo que fue una de las arterias más transitadas de la ciudad, el silencio se acurruca entre las hojas que nadie pisa ni barre.   

No hay caminantes ni colectivos. Uno trata de hacerse a la idea de que  tanta desolación implica ni más ni menos que cuidado. Pero perturba. ¿Le dolerá a José?, ¿qué pensará?. Nunca hemos intercambiado más que un saludo. 

Sonriente, siempre suele bromear sobre fútbol con mi marido y mis hijos.
Empiezo a extrañar las conversaciones cara a cara que nunca tuve. Pasa una persona, mirando para abajo, con unas bolsas del super. Parece una bobada en medio de la pandemia, pero lo que más me impacta, lo que me trae todas las películas apocalípticas y de terror a la cabeza, son los barbijos.

Espantosa palabra: tapabocas. Me cuesta ponerme a hacerlos, cosí algunos, bien coloridos, como para transitar y superar el rechazo. Pero me dan tanta pena. Tanta idea de fragilidad humana. ¿qué hicimos?. ¿Cómo llegamos acá?.
Me duele lo simbólico: que nos tapen la boca, nos filtren las palabras, nos frenen los gritos, exclamaciones, carcajadas. Escucho “mascarillas” y siento escozor. Justo ahora que nos hacen tanta falta esas sonrisas cómplices!.
Por suerte está José, firme en la ventana. Y los árboles susurrando la importancia de soltar, sin miedo. La vida parece haberse detenido para que por fin la observemos. Gracias vecino. Nos quedan las miradas.





martes, 21 de abril de 2020

Bitácora de los anillos – Transmedia y cuarentena fase 3.


Por Claudio Asaad

Hoy los vi, otra vez, brillando menos desde el fondo del vaso de barro. Son cinco, de plata y los tuve puestos hasta el 19 de marzo. Esa noche me saqué los anillos para amasar pizzas. Era el cumpleaños de mi amigo Iván. El encuentro con amigxs estaba previsto para el viernes a la noche.  Pero la restricción de estar juntxs y el silencio ocuparon la casa. Nos sentamxs Iván y yo solxs a cenar diciendo de a ratos un par de palabras, a brindar con más cariño que algarabía. La cena duro una hora. El miedo, al revés que en la canción de Marilina Ross entró por la ventana, las pantallas, el ojo ciego de la cerradura. Mi casa estuvo desde ese día sola conmigo. La luz del otoño por bella y delicada, empezó a trepar más tarde cada vez, sobre el borde sombrío de los objetos hasta volver casi invisible el rostro calmo del libro de Memorias de Patti Smith: “El tiempo antaño se movía en círculos concéntricos”

Los anillos son cinco. Se fueron sumando de a uno, con el paso de los años. Son ofrendas, entregas ligadas al cuerpo, casi para siempre. El amor no se termina ni muere, un día se va. O se parte al medio por una caída causada por el cansancio. Un punto de clivaje en la desmesura de la vida. Tengo las manos desnudas, agotadas de tanta agua y espuma.

El ahogo es uno de los síntomas posibles si el virus viajó, en plan pirata, de la mano pasando por la boca hasta los pulmones para fundar ahí una colonia. Para colonizar, antes hay que atacar, como en el arrebato que sufre Lol en la novela de Duras, el cuerpo se disuelve, en la enfermedad, antes de poder sostenerse a sí mismo.

Madrid está desierta como acá, lo sé porque la radio está encendida y Pablo Alborán canta a la ausencia en plena pandemia: “sabré que hay cura cuando estés aquí”.

 A escasa distancia el mate que supongo ya tibio, no encuentra la mano que lo alcance, espero un gesto propio. Trato de recordar cómo encontrarme. Un arrebato en la secuencia del tiempo, su quiebre, una caja sin memoria del contenido que tuvo antes de evaporarse me deja otra vez arrinconado, por eso me muevo a favor de la luz de la tarde en busca del fresno que se ve desde el balcón de la terraza. Mi casa, vieja tiene terraza y en la terraza un balcón. El fresno cambio los últimos verdes al amarillo intenso, el ocre a un madurado marrón, ¿o es la luz que baja rojiza y melancólica desde el oeste y hasta acá coloreando desde la mitad la copa de los árboles?

Cada anillo encontró su lugar, a su tiempo. Son cinco como si fueran tres, dos encimados en una mano, otros dos en la otra. En otro dedo el más ancho. O ya no sé, cuando algo cambia por algún tiempo mayor a una semana, se empieza a desdibujar. El tiempo no es una secuencia, no se cuenta, se ha plegado sobre si y abunda, a veces y otras veces mancha la noche con el día.
Me duermo. Sueño que leo un guion de un trasmedia, pero me distrae una música muy conocida, la voz de Fairuz, una  grabación en vivo en el  templo de Jupiter, en Baalbek. El disco no deja de sonar en una casa que no conozco. Igual me levanto de la silla decidido a buscar a mi papá para pedirle que baje el volumen. No lo encuentro, llego hasta la puerta, abro y estoy en la vereda de mi casa. Pero, no sé qué hago ahí, me despierto con un brazo adormecido, la culpa de haber salido sin barbijo y con el eco de una música que despierto, ya no puedo recordar.

¿Para qué narrar? Para recordar y olvidar a la vez, capaz. Busco artículos, leo filósofos y libres pensadores, analistas de la realidad, educadores, Mariana Enríquez y Paul Preciado otra vez.

¿Por qué siento que hay algo que hacer y no hago?, ¿Cuál es la falta que llena el tiempo blanco, empaña los aromas de la cocina, obliga a repetir, “estoy bien, no puedo quejarme”, “comparado con...” “ya pasará”, hay una frase para cada cuerpo, para lo propio desapropiado?
 Busco entre los libros, encuentro un poema de Circe Maia: “Así vi arder la hora frente a mí. Ardía sin quemarse, quemándome”.
Algo haré esta noche con esa espinaca que se quema de frío en la heladera.

Seis de marzo del 2020



 Por Denise Audrito

Por el empedrado del Centro Cultural Del Andino comenzamos a caminar en busca de los ecos de la memoria individual y colectiva… 
Nos encontramos en la antigua estación de trenes con Omar Isaguirre. El director del archivo municipal, un apasionado de la historia. Pero la cita no es entre los documentos y diarios atesorados en el primer piso del archivo, sino en la mesa de un café junto a las vías …

Observador y memorioso, Isaguirre, desgrana numerosas datos y nos confía el sentir de la post dictadura en la ciudad. Considera que en los 80 hubo un momento como de “institucionalización” de la actividad cultural y advierte algunas cuestiones que darían para conversar largo y tendido sobre “el ADN de los riocuartenses”. Con ejemplos precisos, anécdotas y entretelones, caracteriza a las siguientes décadas en el plano artístico y cultural. Y vamos apuntando una lista de nombres de personas que pueden tener vivos esos recuerdos para entrevistar…. 

En la memoria de Isaguirre comenzamos a redescubrir sentires, actitudes y aspiraciones colectivas que nutrieron a las manifestaciones culturales riocuartenses, a partir de la recuperación democrática hasta nuestros días. 
Acaso la investigación se parece al rompecabezas de adoquines en la explanada de la vieja estación. Recién empieza. Y promete.

Bitácora del silencio en el viento


 Por Claudio Asaad

Me cuesta esperar cuando no puedo ni siquiera advertir, a modo de intuición, lo que puede venir. Hay un rumor en la casa. Olvide la radio de la cocina prendida. Miro como quien fisgonea entre visillos por primera vez la vida ajena, la cocina de mi propia casa. Recorro con la mirada la superficie de los objetos que conozco sin que mis ojos elijan nada, mi cabeza es un faro ambulante que no ilumina ningún mar.

Si la espesura, pienso en la luz que cae como velo de ceniza sobre la oscuridad del anochecer.
No hay peor vida que la previsible. Preparo el mate. Y hago del plan previsto un hecho para la memoria. Media hora en el patio. Los almohadones rojos siguen intensos. El viento tampoco para. Pero la casa es una inquietud estática. Un playmobil sin las manos que lo muevan a su antojo y placer, o porque sí.  Un paño con almidón y olor a agua jabonosa (con todas las a) y mis manos. Ellas huelen, cerca es más intenso, pero no me tocó la nariz.

El teléfono me ilumina como en las películas donde en medio de la noche al protagonista le llega un mensaje que lo asombra y tranquiliza a la vez. Entonces la tensión es doble.
“Tío, me podés definir transmedia en pocas palabras… No tannn largo ..”. Me río. Sacado del efecto empático de la pandemia por coronavirus pienso si sé responder corto que es el/la transmedia en un mundo aislado por el temor y la incertidumbre. Si geolocalizar ayuda controlando. Imagino pantallas, datos sin límites, enredadas vinculaciones que se redirigen sobre su propio texto. Tanta palabra que al final alguien llora porque tanto se dijo hasta el fondo de su memoria hasta hallar ya difusa, una parte de su vida en la que río y la foto hizo eterna esa arma en la herida del tiempo.
Esta todo como pausado, dijo mi hermana, ¿o va más lento? Y mira hacia el costado, a un fuera de campo de su cámara y dice: encima de lo lento, el viento amontona la tierra.

No sé porqué se me puso de lágrimas el ojo donde antes hubo un orzuelo, ahora hay fuera de foco y un poco de incomodidad. Encima que no hay gente, dice, vos me hablas por acá que te veo todo chiquito. Me dice chau y no me dice que me cuide, yo quería decirle aliméntate bien y avísame... Pero no me dio el impulso narrativo. No tuve la línea de diálogo a pedir de boca… No supe como instalar una frase por otra aplicación, seguir su atención. Meterme en la red del no olvido.
Lo probable, por planificado y voluntarioso, ahora quedó en un lento olvido.

Voy a la cocina, las gatas en su letargo y es verdad que el viento conversador de árboles migró en hojas, tierra mezclada con semillitas escupidas de las chauchas del arbolito del amor, una langosta con más colores que forma de saltarina mueve las antenas en busca de señal.
No estoy preparado para la reflexión seria y decidida sobre lo que es un transmedia ni de como investigar en un contexto de fragilidad consciente. Escribo para no salir de la necesidad colectiva de estar ahí, cruzando en el mismo barco un mar invisible en medio de un temporal tenso y silencioso, pero con viento del sur y rumor de ruinas. 

Contesto el mensaje:
“es una forma de contar hasta que se haga imposible olvidar o no tener todo mostrado y dicho, hasta pulverizar el olvido”.

Fin de la bitácora, miércoles 23 de marzo
#MemoriaVerdadJusticia

Jueves 07 de mayo

  Por Patricia  Ceppa Sali a caminar, sintiéndome un poco transgresora, y nuestro parque, un sábado precioso de otoño a las 4 de la tard...