lunes, 27 de abril de 2020

Estamos hechos de historias.


Por Ana Karen Grünig

Estamos hechos de historias, conversamos alguna vez con colegas, compañeras, amigas. En aquel tiempo creo que no sabía muy bien de qué hablábamos, pero por algún motivo me quedé pensando allí, en el por qué son tan importantes las historias que nos contamos. 
Ahora, en el silencio de la siesta de un domingo, que podría ser cualquiera en esta cuarentena, me resuenan historias… 

Recuerdo las que me contaba mi abuela sobre su infancia en el campo y el sonido de cadenas que los espíritus de los ranqueles no los dejaban dormir en la noche… ¡Cuánto miedo me daba y que valiente me parecía mi abuela!  Se entromete por ahí, esa imagen del sauce llorón tan verde y dorado que miraba cuando era bebé, aunque a decir verdad, no sé si es un recuerdo o simplemente es una imagen que me inventé de tantas veces que mi mamá me contó que bajo el sauce, yo me reía. Y esas historias de la noche anterior que nos contábamos con mis amigas en la adolescencia (y no tan adolescencia)… historias de ilusiones, de deseos, de descubrimientos…

Días atrás, lejos de imaginar que estaba aterrizando una pandemia, fuimos con Denise al archivo histórico de Río Cuarto a conversar con su director. Queríamos buscar historias y narradores de nuestra ciudad. Y sin querer, encontré también algunos relatos sobre mis abuelos. Ese día me sedujo tanto la idea de construir una memoria colectiva, porque entendí que en las historias de los otros también está la mía. 

Miro a Fran, tan inocente habitando su niñez, y repaso las historias que ella nos cuenta a diario a su papá y a mí… es una gran narradora, pienso.  Y en la vida que va narrando, la suya, de repente me reconozco en ella, y la integro en la mía. 

Estoy en casa, ellos duermen y yo siento cada movimiento que hace Gael en mi panza. Falta poco, advierto. Y aparecen los miedos, las ansiedades, las ilusiones… y claro, irrumpen también cuanta historia de madres y embarazos pueda haber oído durante toda mi vida. Y acá estoy, en una parte de mi relato que a veces quisiera no contar, todavía, como para estar a tiempo de darle un tono más romántico. Esta calma tan verdadera y mentirosa al mismo tiempo no es lo que me imaginaba. Cambio de planes, o cambiar en no hacer tantos planes. Estoy parada sobre un punto de giro, siento. Sigo hacia adelante, afirmando que de la mano de mi compañero es mejor, que sus historias también me animan, y que ahora él es un personaje principal en la mía.

Ups! Creo que me estoy excediendo. ¿Alguna vez es demasiado el narrar la vida?, pregunto. ¿Así serán los poetas? ¿Así será la música? No importa. Quiero registrar este devenir sin pausa y contarlo, concluyo. Porque compartir las historias que vamos decidiendo habitar es también un acto político. Estamos hechos de historias que nos atraviesan, que dejamos entrar, que creamos en el encuentro con otros. Y sobre todo, podemos desear nuevas historias de las que queremos hacernos, me digo. Acá estoy, acá sigo, mirándome en la mirada de los otros, intentando atrapar  nuevas formas del afecto, buscando el encuentro con tantos otros posibles para continuar contando nuestras historias.





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