lunes, 11 de mayo de 2020

Jueves 07 de mayo



  Por Patricia  Ceppa


Sali a caminar, sintiéndome un poco transgresora, y nuestro parque, un sábado precioso de otoño a las 4 de la tarde, se veía así.
Desierto. 

Nuestros espacios de recreación, todos, en este tiempo de pandemia, cuarentena y aislamiento, nos están vedados. 

No hay bares, ni restaurantes, ni cafeterías, ni cines, ni teatros, pero tampoco plazas y parques. 

Está situación tan distinta, tan inusual,  no discrimina, adultos, jóvenes y niños todos igualados en el encierro y la ausencia de los espacios que habitualmente habitamos.

El cesto de basura, mudo testigo de la falta de personas, por primera vez, limpio y vacío.





lunes, 27 de abril de 2020

¿El Tiempo se Pierde?


Por Carmiña Verde

Desde hace un mes y medio que compartimos el #yomequedoencasa…qué es quedarse en casa, es para todes lo mismo. Obviamente que no, por eso les cuento un poquito quién comenzó a tener mayor protagonismo en nuestra casa.
Siempre estuvo e incluso nos ocupábamos que apareciera, pero la cotidianeidad de los tiempos pautados se encargaba de interrumpir su protagonismo. 
¡Y ahora! La que se vio interrumpida fue la cotidianeidad, y entonces ¿Qué paso?...“¡Acá Taaaá!!!”, cómo una mamá le dice a su bebé cuando se tapa la cara y el bebé responde con una gran sonrisa al reencontrarse con la mirada de su mami que aparece detrás de sus manos.

Acá apareció el “Juego”, la casa se múltiplico de casas…
Ya teníamos una casa de madera, pero en estos días, recibió la visita de dos pequeños grandes pintores, que se encargaron de llenarla de colores, dibujos y garabatos. Esto no alcanzó y llegó a nuestra galería otra casa que construimos con telas viejas y una cama elástica que hacía tiempo dormía a un costado del patio, y así tenemos a “Elasticasa”. Ah!!! Pero el más pequeño de la familia se creó su propia casita porque compartir no es tarea fácil, y la casa de cartón es a veces una cucha de un gatito o una nave espacial que hay que armar con tornillos y tuercas para que logre volar.

Las casas se transforman, son escuela, son naves, son casas de amigos… son todo aquello que de un día para el otro parece que se ha ido. Y a pesar de sentir que el COVID 19 nos domina, en estas casitas no puede entrar, porque hasta claves tienen y si entra, acá es dominado por sus dueños.

En estas escenas comenzaron a aparecer otros personajes, que desde la virtualidad, se suman a jugar, así los abuelos, los tíos pueden entrar a esta dimensión. Pero como todo juego también hay reglas y es necesario escribir una frase que después será transcripta en papel y pegada para que quede la huella de quién se animo a entrar y jugar entendiendo que jugando el tiempo se pierde…

Así es…acá el tiempo se pierde en la posibilidad de crear, de soñar y de vivir…y de enseñarnos que “a jugar” siempre aprendemos.




Estamos hechos de historias.


Por Ana Karen Grünig

Estamos hechos de historias, conversamos alguna vez con colegas, compañeras, amigas. En aquel tiempo creo que no sabía muy bien de qué hablábamos, pero por algún motivo me quedé pensando allí, en el por qué son tan importantes las historias que nos contamos. 
Ahora, en el silencio de la siesta de un domingo, que podría ser cualquiera en esta cuarentena, me resuenan historias… 

Recuerdo las que me contaba mi abuela sobre su infancia en el campo y el sonido de cadenas que los espíritus de los ranqueles no los dejaban dormir en la noche… ¡Cuánto miedo me daba y que valiente me parecía mi abuela!  Se entromete por ahí, esa imagen del sauce llorón tan verde y dorado que miraba cuando era bebé, aunque a decir verdad, no sé si es un recuerdo o simplemente es una imagen que me inventé de tantas veces que mi mamá me contó que bajo el sauce, yo me reía. Y esas historias de la noche anterior que nos contábamos con mis amigas en la adolescencia (y no tan adolescencia)… historias de ilusiones, de deseos, de descubrimientos…

Días atrás, lejos de imaginar que estaba aterrizando una pandemia, fuimos con Denise al archivo histórico de Río Cuarto a conversar con su director. Queríamos buscar historias y narradores de nuestra ciudad. Y sin querer, encontré también algunos relatos sobre mis abuelos. Ese día me sedujo tanto la idea de construir una memoria colectiva, porque entendí que en las historias de los otros también está la mía. 

Miro a Fran, tan inocente habitando su niñez, y repaso las historias que ella nos cuenta a diario a su papá y a mí… es una gran narradora, pienso.  Y en la vida que va narrando, la suya, de repente me reconozco en ella, y la integro en la mía. 

Estoy en casa, ellos duermen y yo siento cada movimiento que hace Gael en mi panza. Falta poco, advierto. Y aparecen los miedos, las ansiedades, las ilusiones… y claro, irrumpen también cuanta historia de madres y embarazos pueda haber oído durante toda mi vida. Y acá estoy, en una parte de mi relato que a veces quisiera no contar, todavía, como para estar a tiempo de darle un tono más romántico. Esta calma tan verdadera y mentirosa al mismo tiempo no es lo que me imaginaba. Cambio de planes, o cambiar en no hacer tantos planes. Estoy parada sobre un punto de giro, siento. Sigo hacia adelante, afirmando que de la mano de mi compañero es mejor, que sus historias también me animan, y que ahora él es un personaje principal en la mía.

Ups! Creo que me estoy excediendo. ¿Alguna vez es demasiado el narrar la vida?, pregunto. ¿Así serán los poetas? ¿Así será la música? No importa. Quiero registrar este devenir sin pausa y contarlo, concluyo. Porque compartir las historias que vamos decidiendo habitar es también un acto político. Estamos hechos de historias que nos atraviesan, que dejamos entrar, que creamos en el encuentro con otros. Y sobre todo, podemos desear nuevas historias de las que queremos hacernos, me digo. Acá estoy, acá sigo, mirándome en la mirada de los otros, intentando atrapar  nuevas formas del afecto, buscando el encuentro con tantos otros posibles para continuar contando nuestras historias.





¿Dónde está el arte en tiempos de pandemia en nuestra ciudad?


Por Lorena Montbrun


El recorte tal vez pueda resultar demasiado acotado, porque el aislamiento social está presente en todo nuestro país, inclusive en casi todos los lugares del mundo. A través de las pantallas se pueden ver distintas manifestaciones artísticas, solistas y violines en pretéritos balcones europeos o famosas plazas históricas en donde el virus rebasó antes. Una melodía con acento español que siempre conmueve, pero esta vez no son versos de desplantes de amor, son estrofas para homenajear a esos “puñado de valientes que hoy tampoco dormirán”.

Pero qué pasa en lugares más cercanos. Ya no se ven las niñas entrando con sus tutus a la escuela de danzas cercana a casa, ni se escuchan los ensayos de la clase de percusión del colegio Santa Eufrasia. En las primeras semanas invadía un silencio que aturdía en las calles de nuestra ciudad, sensaciones de incertidumbre y angustia, un momento paralizante.  Anuncios como “REPROGRAMADO” o  “suspendido hasta próximo aviso para minimizar riesgo sanitario” invaden los portales.
Y luego, tal lo esperado, como una necesidad profunda de expresión, comenzaron a aparecer intervenciones artísticas en escenarios plagados de bytes más que de tarimas y butacas. Encontrar "Hallelujah" de Leonard Cohen, interpretada por Vero y Julián permite dar una pausa en el vertiginoso andar por las redes sociales. Un fragmento del  “Pa´l Cahilo dormido” de Don Ata vocalizada por el coro provincial nos transporta a otros lugares lejos de noticias plagadas de números y estadísticas luctuosas.
A las nueve de la noche cuando comienzan los aplausos para homenajear los trabajadores de la salud, un vecino más adiestrado y provisto de tecnología, decide iluminar la cúpula del palacio municipal de nuestra ciudad con imágenes que nos atinan con ideas de unión y de patria.

Los espacios de gestión deciden reproducir los espectáculos archivados a través de canales de YouTube y artistas independientes convocan a hacer un “vivo” por Instagram o Facebook. En los espacios culturales físicos quedaron vacías las butacas y camarines, carteleras desiertas, escenografías solitarias, cuadros colgados en galería de arte llenándose de polvo, esperando la mirada de algún aficionado inquieto. En tiempos de virus y aislamiento social no podemos ir a una muestra de fotografía, ni al estreno de una película o emocionarnos en una obra de teatro. Más como espectadora que protagonista, disfruto con mi bata puesta, cada una de las manifestaciones artísticas que “me encuentran” y me sosiega saber que seguramente en muchos hogares hay cuerdas, teclas, colores, pinceles, arcilla, voces, luces, cuerpos, movimientos, personajes, palabras, frases, sonetos, artistas que se manifiestan sin la espera necesaria de un espectador, sino como una experiencia única e inédita de expresión y arte en tiempos de pandemia.

domingo, 26 de abril de 2020

Pandemia y Después?



Por Patricia Ceppa

Anoche, cuando no podía conciliar el sueño, algo que se ha vuelto habitual por estos días, pensaba que hay cosas que pasan, como el otoño, como las horas, los días y hay cosas que NOS pasan. Para nuestro asombro, sorpresa, horror y resignación el Covid 19 nos pasa, nos está pasando...nos golpea, nos trastorna, nos atraviesa, nos sobrevuela, nos amenaza....son tantas las sensaciones que nos provoca que cuesta identificarlas y hasta nombrarlas. 

Hay algo en el ambiente, que nos envuelve y nos inquieta. Mientras daba vueltas en mi cama pensaba también que ese lugar común y esa frase hecha que circula en estos días: " el enemigo invisible", adquiere sentido cuando en las mañanas sentada en mi patio observo el césped, los árboles poblados, más que nunca, de pájaros, las plantas llenas de flores que parecen haber esperado al otoño para florecer y demostrar que ellas también resisten y se rebelan un poco, cómo para hacernos sentir que todo está bien a pesar de...y entonces  pienso como puede ser que algo esté tan mal allá afuera si todo se ve tan "normal". Sin embargo los números tan fríos e implacables de las estadísticas nos aterrizan abruptamente en esta realidad que nos toca y el enemigo invisible de pronto se torna corpóreo y tan presente que no se puede eludir. 

Nunca, nunca imaginé vivir algo semejante y de pronto me doy cuenta que no me resultó tan difícil entrar en esta locura  y dejarme arrastrar a la cuarentena, al aislamiento y a la distancia social, al uso de alcohol en gel y de barbijos; la duda, la incertidumbre, lo que me inquieta es intentar vislumbrar el como y el cuando saldremos de esto, y cuando al fin la logremos cómo seremos? 
Cómo será nuestra vida post pandemia? . Necesito recuperar cierta "normalidad" pero por sobre todo quiero recuperar el abrazo, el beso, el compartir. Ya no tener que poner distancia con los afectos. 

Será que la vida como la conocimos hasta hace un par de meses ya no será nunca más??







sábado, 25 de abril de 2020

Vecino




Por Denise Audrito


Mientras se me pasan las horas escribiendo notas e informes, el otoño me llama desde la ventana. Y desde hace unos días, desde que comenzó la cuarentena, como un alfil me acompaña el vecino de enfrente. A Don José su mujer lo ayuda a salir a la vereda, a sentarse en el alféizar. Se queda horas apoyado en la persiana -siempre baja- de una casa que nunca conocí. El hombre, creo antes dedicado a los números y al campo, hace tiempo tiene algunos problemas de movilidad.

Acaso cuando pudo comenzar a dormir bien porque dejó de abrir la ruidosa cervecería del lado, apareció el insomnio general por el  COVID 19.
Hoy lleva toda la mañana ahí. Y eso que empezó a hacer frío. De tanto en tanto, lo veo acomodarse la boina y mover la cabeza en dirección a las copas de los árboles. Ayer una bandada de loros dio un inusitado espectáculo en el barrio. En lo que fue una de las arterias más transitadas de la ciudad, el silencio se acurruca entre las hojas que nadie pisa ni barre.   

No hay caminantes ni colectivos. Uno trata de hacerse a la idea de que  tanta desolación implica ni más ni menos que cuidado. Pero perturba. ¿Le dolerá a José?, ¿qué pensará?. Nunca hemos intercambiado más que un saludo. 

Sonriente, siempre suele bromear sobre fútbol con mi marido y mis hijos.
Empiezo a extrañar las conversaciones cara a cara que nunca tuve. Pasa una persona, mirando para abajo, con unas bolsas del super. Parece una bobada en medio de la pandemia, pero lo que más me impacta, lo que me trae todas las películas apocalípticas y de terror a la cabeza, son los barbijos.

Espantosa palabra: tapabocas. Me cuesta ponerme a hacerlos, cosí algunos, bien coloridos, como para transitar y superar el rechazo. Pero me dan tanta pena. Tanta idea de fragilidad humana. ¿qué hicimos?. ¿Cómo llegamos acá?.
Me duele lo simbólico: que nos tapen la boca, nos filtren las palabras, nos frenen los gritos, exclamaciones, carcajadas. Escucho “mascarillas” y siento escozor. Justo ahora que nos hacen tanta falta esas sonrisas cómplices!.
Por suerte está José, firme en la ventana. Y los árboles susurrando la importancia de soltar, sin miedo. La vida parece haberse detenido para que por fin la observemos. Gracias vecino. Nos quedan las miradas.





Jueves 07 de mayo

  Por Patricia  Ceppa Sali a caminar, sintiéndome un poco transgresora, y nuestro parque, un sábado precioso de otoño a las 4 de la tard...