Por Denise Audrito
Mientras se me pasan las horas escribiendo notas e informes,
el otoño me llama desde la ventana. Y desde hace unos días, desde que comenzó
la cuarentena, como un alfil me acompaña el vecino de enfrente. A Don José su
mujer lo ayuda a salir a la vereda, a sentarse en el alféizar. Se queda horas
apoyado en la persiana -siempre baja- de una casa que nunca conocí. El hombre, creo
antes dedicado a los números y al campo, hace tiempo tiene algunos problemas de
movilidad.
Acaso cuando pudo comenzar a dormir bien porque dejó de
abrir la ruidosa cervecería del lado, apareció el insomnio general por el COVID 19.
Hoy lleva toda la mañana ahí. Y eso que empezó a hacer frío.
De tanto en tanto, lo veo acomodarse la boina y mover la cabeza en dirección a
las copas de los árboles. Ayer una bandada de loros dio un inusitado
espectáculo en el barrio. En lo que fue una de las arterias más transitadas de
la ciudad, el silencio se acurruca entre las hojas que nadie pisa ni
barre.
No hay caminantes ni colectivos. Uno trata de hacerse a la
idea de que tanta desolación implica ni
más ni menos que cuidado. Pero perturba. ¿Le dolerá a José?, ¿qué pensará?.
Nunca hemos intercambiado más que un saludo.
Sonriente, siempre suele bromear
sobre fútbol con mi marido y mis hijos.
Empiezo a extrañar las conversaciones cara a cara que nunca
tuve. Pasa una persona, mirando para abajo, con unas bolsas del super. Parece
una bobada en medio de la pandemia, pero lo que más me impacta, lo que me trae
todas las películas apocalípticas y de terror a la cabeza, son los barbijos.
Espantosa palabra: tapabocas. Me cuesta ponerme a hacerlos,
cosí algunos, bien coloridos, como para transitar y superar el rechazo. Pero me
dan tanta pena. Tanta idea de fragilidad humana. ¿qué hicimos?. ¿Cómo llegamos
acá?.
Me duele lo simbólico: que nos tapen la boca, nos filtren
las palabras, nos frenen los gritos, exclamaciones, carcajadas. Escucho
“mascarillas” y siento escozor. Justo ahora que nos hacen tanta falta esas sonrisas
cómplices!.
Por suerte está José, firme en la ventana. Y los árboles susurrando
la importancia de soltar, sin miedo. La vida parece haberse detenido para que
por fin la observemos. Gracias vecino. Nos quedan las miradas.